Niños sin escuela y trabajo infantil en zonas rurales de Indonesia. En los rincones más alejados de Indonesia, donde la selva densa y los campos de arroz dibujan el paisaje, miles de niños viven una realidad que poco tiene que ver con cuadernos, recreos y pupitres. La educación, que debería ser un derecho básico, sigue siendo un privilegio inalcanzable para muchos. Y mientras tanto, el trabajo infantil se convierte en una parte casi natural de su día a día.
Cómo surgió el problema de los niños sin escuela y trabajo infantil en Indonesia
Para entender por qué tantos niños indonesios no van a la escuela, primero hay que mirar atrás. Durante la época colonial neerlandesa, el acceso a la educación era limitado y, en muchas regiones rurales, simplemente inexistente. Aunque el país logró su independencia en 1945, el desarrollo de infraestructuras educativas fuera de las grandes ciudades no fue inmediato ni equitativo.
Durante el régimen de Suharto (1967–1998), hubo un intento de expandir la educación básica como parte del crecimiento económico nacional. Se construyeron escuelas primarias por todo el país, pero los desafíos en zonas rurales —como la falta de docentes, transporte o materiales— seguían dejando a muchos fuera del sistema. Hoy, aún con avances importantes, esa desigualdad educativa persiste.
Trabajo infantil: cuando jugar y aprender no es una opción
Según datos de la Oficina Internacional del Trabajo (OIT), alrededor de 1,17 millones de niños y niñas en Indonesia participan en actividades laborales. esto conlleva a una clara connotación de la problemática respecto a la explotación infantil. Muchos de ellos trabajan en plantaciones de aceite de palma, pesca artesanal, agricultura o venta ambulante. Estas tareas no solo los alejan de la educación, sino que también los exponen a riesgos físicos y emocionales.
¿Por qué sucede esto? La respuesta no es sencilla. En muchas comunidades rurales, la educación se percibe como un lujo. Las familias, a menudo atrapadas en ciclos de pobreza, dependen del aporte económico de los hijos. lo que fomenta el trabajo infantil. A esto se suma la falta de escuelas cercanas o el costo indirecto de estudiar (transporte, uniformes, materiales), que hace que muchas familias simplemente no puedan permitírselo. Y aunque el gobierno implementó programas como «Indonesia Pintar» para apoyar económicamente a estudiantes, muchos de estos subsidios no alcanzan a quienes más los necesitan o se pierden en trámites burocráticos.
Educación rural en cifras: una brecha que no se cierra
Indonesia ha hecho progresos en cobertura educativa —la tasa de alfabetización juvenil ronda el 99% en zonas urbanas—, nada que ver con las áreas rurales, donde sigue habiendo una diferencia notable. Esto demuestra grandes brechas entre regiones pobres y ricas. Podemos observar cómo la tasa de niños fuera de la escuela en el nivel de secundaria inferior es de apenas 1,3% en Yogyakarta (una provincia relativamente próspera y urbana), mientras que se dispara hasta el 22% en Papúa, la provincia más pobre y rural del país.
Alrededor de 4,3 millones de niños y adolescentes de entre 7 y 18 años todavía no asisten a la escuela.
Un informe de UNICEF señala como muchos niños que asisten a la escuela – los que logran ir – tienen dificultades para adquirir incluso las habilidades académicas más básicas. Menos de la mitad de los estudiantes de 15 años en Indonesia alcanzan un nivel mínimo de competencia en lectura y menos de un tercio lo logra en matemáticas. También resalta como los adolescentes están perdiendo oportunidades para desarrollar todo su potencial. Casi una cuarta parte de los jóvenes de entre 15 y 19 años no estudian, trabajan ni reciben formación. El desempleo juvenil ronda el 15 %.
Niños sin escuela y trabajo infantil ¿Qué se está haciendo al respecto?
Organizaciones como Save the Children, Plan International y la misma UNICEF trabajan en terreno para brindar acceso a educación alternativa, capacitación para docentes rurales y concientización sobre los peligros del trabajo infantil. Además, hay proyectos comunitarios que ofrecen «escuelas flotantes», bibliotecas móviles y plataformas digitales para llevar el aprendizaje a lugares remotos.
Por su parte, el gobierno indonesio ha prometido mejoras, incluyendo más presupuesto para educación rural, transporte escolar y formación docente. Pero en muchos casos, las soluciones se encuentran con realidades culturales y económicas difíciles de cambiar a corto plazo.
¿Y qué podemos hacer desde fuera?
La conciencia es el primer paso. A la hora de consumir productos, especialmente aquellos que provienen de cadenas de suministro como el aceite de palma, es importante optar por marcas comprometidas con prácticas éticas y sostenibles. También se puede apoyar a ONG que trabajan directamente con comunidades rurales en Indonesia.
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